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esperables en mujeres y varones.
En nuestras sociedades, el género también ha
sido definido de manera binaria o dicotómica,
asociada a los dos sexos, pero ¿existen sólo
dos géneros?
La asignación de género y las conductas que
devienen de ella configuran los estereotipos
de género, que son modelos socialmente
establecidos sobre conductas esperadas para
personas definidas como varones y mujeres.
Estos estereotipos distribuyen y ordenan los
roles que deben tener mujeres y varones en
nuestras sociedades, sustentándose en la
diferencia biológica entre los sexos.
Como puede observarse, lo que es una
asignación histórica y cultural, construida
y reproducida mediante diversas estrategias,
se presenta como algo natural, anclado en
una supuesta “esencia” vinculada al sexo
biológico.
El concepto de género aparece así como
categoría analítica para explicar las
desigualdades entre varones y mujeres o
población LGTBI+, poniendo el énfasis en la
existencia de una multiplicidad de identidades.
Para poner las cosas claras: el género que
nos es asignado culturalmente no siempre
se corresponde con nuestra identidad de
género.
Argentina ha sido pionera en esta materia con
la sanción de la Ley N° 26.743 de identidad de general y culturalmente asignado a las mujeres.
género, sancionada y reglamentada en el año
2012.
La norma establece que la identidad de género
se refiere a la “vivencia interna e individual
del género tal como cada persona la siente, su ingreso masivo al mercado de trabajo, pero
la cual puede corresponder o no con el
sexo asignado al momento del nacimiento, La división sexual del trabajo se reflejó en el
incluyendo la vivencia personal del cuerpo” mercado laboral, que aún continúa segregado
(Ley N° 26.743, 2012, artículo 2°).
1.1. Cuando la diferencia deviene en
desigualdad
Las diferencias, en el caso de las relaciones de
género, se traducen en desigualdad, ya que
los roles asignados a cada género no sólo son
cualitativamente distintos, sino que están
jerarquizados.
En efecto, algunos roles, actividades y tareas
gozan de una mayor estima social que otros,
lo que se traduce en un mayor reconocimiento
económico, social e incluso legal para quienes
encarnan estos roles.
Es por eso que la diferencia se transforma
en desigualdad, porque hay jerarquía en
los roles. Para comprender de donde surge
esta jerarquización es necesario ahondar en la
organización social del mundo en el vivimos,
que se ha construido sobre la base de dos
dicotomías, y que han tenido efectos decisivos
en la vida de las mujeres: la dicotomía público/
privado y la dicotomía productivo/reproductivo.
A lo largo de la historia es evidente la
construcción de lo público asociado al
universal masculino, como aquel ámbito
del poder, de la producción, de la razón, de
la política; y la construcción de lo privado
asociado a lo particular femenino,
como aquel ámbito de lo doméstico, de la
reproducción y del cuidado (Hipertexto
PRIGEPP, Democracias, 2019, 1.1.).
Lo productivo se expresa en la obtención,
transformación e intercambio de bienes
y servicios, y se trata de actividades que
generan ingresos, general y culturalmente
asignadas a los varones.
Lo reproductivo se expresa en un conjunto
de desempeños orientados a garantizar la
continuidad de la vida cotidiana, la alimentación
y las actividades de cuidado del grupo familiar,
y se trata de un trabajo no remunerado,
Esto produjo el confinamiento de las mujeres
al ámbito privado por muchísimos años. Con la
expansión de la sociedad capitalista se produjo
en actividades asociadas a ese rol reproductivo.
por género, en efecto, las áreas de cuidado
y de trabajo doméstico se encuentran casi
completamente feminizadas.
El movimiento amplio de mujeres ha hecho
visible las consecuencias que esta división tuvo,
y continúa teniendo, en la vida de las mujeres,
tales como: falta de autonomía económica,
doble o triple jornada laboral, invisibilidad
del trabajo reproductivo en la teoría
económica y en las estadísticas, legislación
ampliamente discriminatoria, brecha
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